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CÓMO CONSOLARSE

CÓMO CONSOLARSE


Jesús nos invita a sentir la consolación del Espíritu introduciéndonos en su corazón amantísimo. Nos dice que cuando estemos cansados y agobiados acudamos a él que es manso y humilde de corazón, que él nos aliviará. Su yugo es suave y su carga ligera. Y eso lo experimentamos en la oración, en los sacramentos, en la lectura de la Palabra, en la vivencia comunitaria, en la ayuda a los pobres. Si buscamos primero su reino, lo demás vendrá por añadidura. Y su reino es de solidaridad y justicia, de paz y fraternidad, de respeto a la vida y al bien común, de poner a Dios en primer lugar. De amar al prójimo como a uno mismo. Y reinar es servir, y el que más lo haga ocupará los primeros puestos. Y el más sencillo será el más importante. Es un reino donde se protege y se cuida de la vida de los más pobres. Cuando está inmerso en ese reino experimenta la consolación profunda del Señor. Y su vida transcurre en una paz profunda. 

Pero el error de muchos consiste en buscar la consolación en lo más bajo, sea en el licor o la droga, en el sexo desenfrenado o en la diversión de cualquier clase y a cualquier precio, buscando siempre la alienación. Y ésta consiste en sacarte un rato de la realidad, olvidarte por un momento de lo que te agobia, sabiendo que nada cambiará con eso, sino que más bien cuando vuelvas al mundo real será con menos lucidez y con menos energía para solucionar los problemas. Y por eso vienen los vicios, esos hábitos que por un rato dan placer o paz, pero muy inconsistentes en resultados, porque pasa rápido el efecto y dejan además consecuencias lamentables. Sólo miremos cómo quedan muchos drogadictos, alcohólicos y gente que es adicta a los juegos de azar. Todos arruinados de una manera u otra. Esa consolación es una trampa mortal, destructiva. 

Nada de lo que te tira o jala hacia abajo es bueno. Nada. Siempre hay que mirar hacia arriba, aspirar a subir, a escalar la cúspide de la montaña. Por eso hacer deporte, leer, oír música, pintar, caminar por una montaña, recitar versos, convivir con la gente, y sobre todo orar, a solas o en comunidad, vivir el encuentro con Cristo ya sea en tu interior y en silencio, o con hermanos y a través de los sacramentos, todo esto te eleva. Y todo esto es consolación. Y la vida tiene momentos duros, difíciles, donde necesitamos la consolación divina. Y el Señor siempre está dispuesto a darla. Él nunca falla. Y el Espíritu Santo es el gran Consolador.