Localizando en la historia de la humanidad grandes pandemias, pondría en primer lugar las del alma. Son mucho más destructivas que las otras, sin quitarles a las biológicas su terrible voracidad. La primera pandemia del alma que tanto daño nos ha hecho desde que somos seres humanos es la de la soberbia. La tentación de Adán y Eva: ser como dioses. Ese virus es espantoso. Nos sacude el alma, nos contamina y nos impide respirar el soplo del Espíritu Santo. Nos asfixia por dentro. Tapona todas las arterias que comunican paz, amor, misericordia. Inflama el ego. Aparece la vana ilusión de creernos todopoderosos, autosuficientes, inmortales, con un conocimiento y valores por encima de los demás mortales. Nos sentimos flotando en el aire. Y exigimos a final de cuentas adoración. Sólo es nuestro amigo y estimamos quien nos rinda pleitesía y culto. Ese virus se anida en dictadores, o en gente famosa por sus artes, pero también en esposos, jefes, comerciantes, profesores, religiosos, obreros, o sea, en cualquier ser humano. Es cuestión de creerse más que los demás. De ahí viene la intolerancia, el racismo, el clasismo, los nacionalismos radicales, los fanatismos religiosos o políticos, y aún deportivos. Cuando se juntan varios o muchos que sufren de este virus de la soberbia, se convierten en enemigos de la humanidad. Porque excluyen, marginan y hasta destruyen a los que no son como ellos.
Luego tenemos el virus de la envidia, que intoxicó y llevó a Caín a matar a su propio hermano Abel, ya que por dentro se envenenaba con el odio, porque no podía aceptar que Dios viera con más agrado el trabajo y ofrenda de su hermano. La envidia lleva al ser humano a querer destruir a la persona objeto de su ira, porque no aguanta, no tolera, no acepta que otro lo supere a él en cualquier rama de la vida. Se siente ofendido, degradado, cuando ve al otro destacar en algo, que supuestamente le correspondería al envidioso. Busca entonces la manera de denigrarlo, quitarle el valor a sus virtudes y logros, enlodándolo con supuestas acciones negativas que le quiten mérito a sus actuaciones. Puede este virus llevar a la calumnia o a actos que le hagan mucho daño a la víctima.
La vacuna para erradicar estas dos pandemias son la humildad, reconocer que Dios es único y es el que tiene todo el poder y la gloria. Andar en verdad, reconociendo lo bueno que tenemos todos los seres humanos. Hacer mucha oración para que Jesús nos cure de estas dos pandemias, sin descuidar combatir a las pandemias físicas y que atacan el cuerpo.