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EN UN MISMO BARCO

EN UN MISMO BARCO


Eran las películas las que nos recordaban que éramos una sola humanidad: invasiones de extraterrestres a la tierra, o un inmenso meteorito que llegaba a velocidades supersónicas para destruirnos, o un loco que se hacía con el control del armamento nuclear de una potencia y que amenazaba con lanzarlo al otro país de igual armamento, y cualquiera de estos factores ponía en peligro la existencia humana. Pues todas estas películas se han visto condensadas en una realidad vivida por nosotros, la pandemia del COVID. Un virus casi invisible se ha propagado por todo el mundo, y ha atacado vorazmente a algunas áreas de la población mundial más que a otras. Y la economía se ha venido al traste. El desempleo, la quiebra de empresas, las cuarentenas, el pánico, el miedo y la incertidumbre han golpeado a gran parte de la humanidad. 

Y nos hemos dado cuenta de que somos una sola humanidad. Gente de carne y hueso. En extremo vulnerables, débiles. Y se ha visto a la muerte cerca, rondando por todos lados. Y nos hemos puesto mascarillas. Y nos hemos apartado de los demás, aunque más cercanos a la familia. Y nos hemos puesto a reflexionar: qué es lo más importante en la vida. Cuáles cosas son superfluas. A qué dedicábamos más el tiempo y las energías. ¿Valían en verdad esas cosas tanto para darles tanta importancia? Y como nos creíamos dioses, todos esos pedestales donde estábamos encaramados: ciencia, tecnología, poder económico, elitismo, orgullo, vanidad, se vinieron abajo. Y nos dimos cuenta de que la muerte existe, cosa que nuestra cultura quiere ocultar, maquillar, eliminar. Que es una realidad como la misma vida.  

Y apareció la solidaridad de mucha gente, el ingenio humano, la ciencia usada para el bien, las vacunas y otras soluciones alternativas, y organismos estatales y privados intentando ayudar con lo mejor de sus estructuras. Y renació la fe en Dios, se planteó en serio el porqué de la vida. Y se unió más la familia. Y se rezó más en las casas. Se valoró más lo que no se pudo tener por las cuarentenas, la asistencia a las Eucaristías, al templo. Aunque también floreció sorprendentemente la corrupción, el egoísmo, el individualismo, y como siempre los que más sufren por esto, los más pobres. Y se ha visto que mucha gente no ha aprendido la lección: quieren seguir divirtiéndose a costa de que el contagio continúe. Quieren seguir robando, delinquiendo, sin importar nada la humanidad.  

Pero hemos descubierto que estamos en el mismo barco, viajando todos juntos hacia la eternidad, y que lo mejor es ayudarnos todos a todos, para hacer el viaje más seguro y fraternal, más humano y cristiano.